¡URGENTE!!, Para mis amigos grandes y pequeños
Simón Oliveira
Amigos se que esta historia les parecerá increíble, hoy es 9 de enero y son las 3 de la tarde, llevo días pensando en escribir esto, todavía me cuesta creer que esto sucedió y para colmo me pasó a mí, sé que no fue un sueño…pero…
Juzguen ustedes lo que les voy a contar…
Como a las 7 pm., del día 6, Tuve un fuerte encontronazo con mi pareja, la causa: adueñarnos cada uno de la televisión, resulta que ella quería ver su novela de las nueve y yo el Juego de pelota, de todas maneras ya estaba de antemano vencido y pensaba prender mi vetusta radio portátil para al menos escucharlo; pero gracias a Dios el canal considero que le era más rentable la transmisión del juego y luego pasar la telenovela.
Eran las 10:30 y disfrutando del último jonrón de los navegantes contra los bravos, el cual los llevaría al primer puesto; se sucede un gran ruido y la interrupción del bendito juego, inmediatamente cambie el canal buscando otro donde lo estuvieran pasando, pero no había señal, echando pestes, revise las conexiones a sabiendas que el problema estaba en la antena; muy, pero muy molesto (para no utilizar un lenguaje inapropiado) acompañado de la linterna, la escalera y la oscuridad, empecé, no sin miedo mi empinada travesía hacia la alturas.
Y que creen, del susto, casi me lanzó de cabeza hacia el suelo, sosteniéndome fuertemente del dintel, logré oír una voz suplicante de un malogrado cuerpo.
-Señor, señor ¡Ayúdeme!
Un tipo moreno con peinado afro, de poca barba había aterrizado ¡Rompiéndome mi costosa antena!; me acerque para auxiliarlo y me fije en su ropa… ¡Parecía haber salido de algún grupo de pink-rock!, sus pantalones: a media cintura, muy ajustados arriba terminaban en una gran bota-pata de elefante; el torso: sin camisa, cubierto con un pequeño chaleco, dejaba ver unos pectorales bien desarrollados y en el medio: una gigantesca medalla; como artífico: una gran capa; todo esta vestimenta estaba recubierta de satén, lentejuelas y escarcha que brillaban como luciérnagas en medio de aquella oscuridad.
El tipo era pesado y como pude logré bajarlo poco a poco, hubo un momento que me recordé de mi antena y volviéndome la rabia, pensé dejarlo caer, pero luego me dije “si se golpea y se muere, es capaz de no pagarme la antena”.
Al fin llegamos al piso con gran esfuerzo de mi parte, volviéndome más humano le pregunte si tenía algún dolor, si estaba herido, si necesitaba ir al hospital.
Y nuevamente lamenté ser “bocabierta” como dice mi mujer, el negrote me pidió que por favor lo ayudara a recuperar su moto que yacía en la vía.
Quiero explicarles que mi casa está construida en un terraplén en forma de escalones, quedando la calle en la parte alta y las habitaciones abajo.
Ya con rabia y cierto asco, lo sostuve por los sobacos y ayudándolo, logramos subir las interminables escaleras, al alcanzar la cima lo coloque con cuidado en la acera, mientras yo, el “bocabierta”, llegaba, con un fuerte dolor en la espalda (tengo varias hernias).
Me puse a buscar su moto por todos lados, hasta me acerque a unos chamos raros que siempre están tomando cervezas y otras cosas en la esquina y con cierta sorna me preguntaron “¡Tío! ¡Desde cuando anda usted en una moto grande?”, eso me hizo suponer que si en realidad dicha moto existió, ahora podía tener otro dueño.
Con temor, me regrese donde había dejado al tipo y le explique con cierta oculta satisfacción: “¡tu me rompiste mi antena y a ti te robaron tu moto! ¿Y así que hacemos?”, y con una mueca de dolor y angustia, me contestó:
-Oiga señor, discúlpeme, fue que tropecé con algún objeto y perdí la dirección, la moto no me importa y por lo de su antena no se mortifique, en la mañana le traeré otra mejor: pero ahora necesito que me auxilie.
…Mire tengo un compromiso al que no puedo fallar, es una reunión muy importante y quedé con otros compañeros a encontrarnos en la entrada del Ávila, esa que está en “Cotiza”. Escúcheme uno viene de “Galipán” y el otro de San Antonio de los Altos, soy el que viene de más lejos, de “Caraballeda”.
Estoy seguro que deben estar esperándome muy preocupados…
Está bien amigo, le contesté, lo que sucede es que mi carrito, además de no estar muy bien, está encerrado en el estacionamiento de Jacinto y llegar a pedirle que me permita sacarlo es enfrentarse a un posible acuchillamiento de mentadas de madre.
Escúcheme moreno, llamemos a un taxi, aunque no creo que a estas horas se acerque por aquí, o… ya se ¡llame a sus amigos, que lo pasen buscando!
Alzando la voz preguntó: ¿Y cómo llamo?
Cálmese (pensé que también había perdido el celular), está bien, deme el número y yo me encargo de ello…
Y entre angustiado y molesto, alzo los brazos en sentido de no entender.
Un enorme volcán trataba de explosionar en mi cabeza, lo que me provocaba era dejar al bendito negro solo e irme a apaciguar a la fiera de mi mujer, que ya me imaginaba como estaría, sin novela y sin televisor.
Pero entre el temor a que los malandros de la esquina le hicieran algo al tipo y la seguridad que me sería imposible conciliar el sueño con la cuaima quejándose toda la noche, decidí enfrentarme al Sr. Jacinto y sacar el coche.
Toque con mucho cuidado el timbre del estacionamiento, era primera vez que lo utilizaba y de repente: un gran pito retumbo por todo el barrio, diantres me dije, ahora aguantar el chapuzón del viejo.
Una luz mortecina y atemorizante fue acercándose hasta llegar justo a mi cara y contra a lo que esperaba. El viejo Jacinto, apartando su linterna, preguntó casi con dulzura:
-¿Que puedo hacer por usted señor Simón?
Un poco más tranquilo le explique lo poco explicable de la situación y este sin ningún asombro me abrió la puerta.
Al escuchar el chirrido de la reja, recordé que las llaves del vehículo se encontraban guindadas tras la puerta de mi casa; le conté lo que me pasaba y corriendo fui a buscar las dichosas llaves.
Al llegar a la casa, tuve suerte de que la puerta se había cerrado sin llave, tal vez fue el sigilo con que la abrí, el caso fue que la cuaima estaba roncando y fuertemente, me pareció extraño, era la primera vez que la escuchaba, ¡ah! y tantos líos que me ha formado, si hubiese tiempo que de gusto me daría reclamando, furibundo, el escándalo; con el mismo sigilo cerré, esta vez con llave y eche una carrera de vuelta al estacionamiento.
Pero, mala suerte, al llegar a la calle cuatro “chamos” de la esquina me estaban esperando, a uno lo conocía desde hace tiempo, los otros con pinta rara y con muy mal talante, era primera vez que los veía.
-¿Pa’donde va tan rápido Tío?
Y yo disimulando el temor, les explique que iba a buscar una medicina para mi mujer; Inmediatamente me arrepentí de lo dicho, ya que eso significaba que tenía dinero en el bolsillo, y este “bocabierta”, tartamudeando corrigió: “Voy a pedirle a un amigo que me preste para compara la medicina”.
Se miraron entre ellos. Yo temblaba, rezándole a todos los santos que conocía o había escuchado mencionar alguna vez; entonces el mayor de ellos se levantó la camisa, dejando ver un gigantesco revolver oscuro como la misma noche, me dije: “bueno Simón, hasta aquí llegaste”, la mano siguió un poco más atrás, se metió en el bolsillo, ¡Una Navaja! ya sentía el metal entrar lentamente en mi cuerpo, me voy a desmayar… pensé; de repente una voz me volvió al lugar: “¡Tenga tío!, váyase y que pases buenas noches” y allí me dejaron, …solo.
Antes de moverme, con la mano vacía me toque los pantalones por delante y por detrás, gracias mi dios, no ha pasado nada, y entonces vi mi otra mano todavía medio extendida; en su planta había un fajo de billetes…, quería desaparecer, pero seguí caminando despacio, cada pisada sonaba como un disparo por la espalda.
Me pareció un siglo llegar al estacionamiento, en la puerta me detuve un poco, respire profundo para tranquilizarme.
Mi carro para ponerse en marcha tiene un ritual, debo primero estar como 15 minutos chapaleteando la gasolina, luego esperar otros 15 minutos para que caliente y al final rezar para que rodando no se me apague y tener que repetir la misma faena. Pero anoche con solo darle vuelta al encendido, arrancó perfectamente.
Ya en el camino, no quise contarle al negro lo que me pasó y menos lo de los billetes que llevaba en el bolsillo, vaya uno a saber y este resulta peor que los cuatro malandros.
A pesar de no estar tan lejos (yo vivo en “Lídice”), manejaba con mucha calma y prudencia.
Al cabo rato el negro tosió fuertemente y un espeso olor a aguardiente inundo el interior del carro, tapándome la nariz le pregunté al tipo si había bebido, contestándome:
-Ese Sr Hyakinthos…
-” ¿El señor qué?”, le pregunte asustado, pensando que la caída comenzaba a mostrar sus lesiones.
-Mira amigo, es su nombre en griego, y es parte de una leyenda antigua, por eso te iba a decir lo amable y dulce que fue el Sr. Jacinto, se parecía mucho al olor que lleva la flor de su nombre, por eso no podía negarme a compartir con él, media botella de genuino “Cocuy” larense, mientras te esperábamos.
Con lo que me dijo, bastó y sobró para entender que este mundo al menos esa noche, estaba loco.
Cuando llegamos a “Cotiza”, trataba de conseguir a un grupo de personas esperando al negro, de repente dos fuertes haces de luz rodearon al carro,…
Pensé inmediatamente ¡la policía!... que explicación le daría cuando me revisen y consigan en los bolsillos de un viejo una buena paca de billetes, le agregamos lo del negro, con el torso medio desnudo y con uniforme de reina nocturna, y para colmo sin siquiera saber su nombre…
Volví a ser yo cuando el negro, dándome las gracias, bajo del carro y abrazó a dos individuos vestidos como él, me sentí encandilado de tanto satén con lentejuelas, pero lo que me impresiono mas fueron las motos eran gigantescas, tal vez eran: BMW ,Ducati, o Harley no sé, pero eran hermosas. Todas plateadas que destellaban al movimiento de sus trajes.
El negro se montó de parrillero y despidiéndose con las manos en alto, sentí como si tres besos me rozaban la mejilla.
Retorne a mi hogar con mucha paz, era tan tarde que los malandros de la esquina ya no estaban, el carro lo deje en la calle, seguro de que no le pasaría nada, cuando coloque las llaves en su lugar, mi mujer, despierta, me hablo con inusitada ternura: “cariño, me tenias preocupada, gracias a Dios llegaste, ven vamos a dormir” y un beso fuerte y apasionado sello la voz hasta el otro día…
El día siete me desperté tarde y cuál fue mi sorpresa, la tele funcionaba, subí hasta el techo y me impresiono lo que vi: una esplendida y ultramoderna antena reemplazaba a la anterior.
Baje para comentarle lo de la antena a mi mujer, se puso a mover todos los canales y la recepción era nítida, me dijo “hoy vamos a ver películas, abajo las novelas”, trajo un DVD que no había visto, coloque el canal 3 y cuando metimos el disco salió una imagen hermosa que representaba a una tarjeta navideña y el texto que se iba formando decía:
“…Simón, soy Baltasar, el negro que anoche ayudaste, recibe mis agradecimientos eternos y un fuerte abrazo de mis hermanos: Gaspar y Melchor, siempre estaremos aquí junto a ti, presentes.
Te quieren
Los Tres Reyes Magos….
Envía este mensaje a diez amigos que te han ayudado….”
Simón Oliveira
Amigos se que esta historia les parecerá increíble, hoy es 9 de enero y son las 3 de la tarde, llevo días pensando en escribir esto, todavía me cuesta creer que esto sucedió y para colmo me pasó a mí, sé que no fue un sueño…pero…
Juzguen ustedes lo que les voy a contar…
Como a las 7 pm., del día 6, Tuve un fuerte encontronazo con mi pareja, la causa: adueñarnos cada uno de la televisión, resulta que ella quería ver su novela de las nueve y yo el Juego de pelota, de todas maneras ya estaba de antemano vencido y pensaba prender mi vetusta radio portátil para al menos escucharlo; pero gracias a Dios el canal considero que le era más rentable la transmisión del juego y luego pasar la telenovela.
Eran las 10:30 y disfrutando del último jonrón de los navegantes contra los bravos, el cual los llevaría al primer puesto; se sucede un gran ruido y la interrupción del bendito juego, inmediatamente cambie el canal buscando otro donde lo estuvieran pasando, pero no había señal, echando pestes, revise las conexiones a sabiendas que el problema estaba en la antena; muy, pero muy molesto (para no utilizar un lenguaje inapropiado) acompañado de la linterna, la escalera y la oscuridad, empecé, no sin miedo mi empinada travesía hacia la alturas.
Y que creen, del susto, casi me lanzó de cabeza hacia el suelo, sosteniéndome fuertemente del dintel, logré oír una voz suplicante de un malogrado cuerpo.
-Señor, señor ¡Ayúdeme!
Un tipo moreno con peinado afro, de poca barba había aterrizado ¡Rompiéndome mi costosa antena!; me acerque para auxiliarlo y me fije en su ropa… ¡Parecía haber salido de algún grupo de pink-rock!, sus pantalones: a media cintura, muy ajustados arriba terminaban en una gran bota-pata de elefante; el torso: sin camisa, cubierto con un pequeño chaleco, dejaba ver unos pectorales bien desarrollados y en el medio: una gigantesca medalla; como artífico: una gran capa; todo esta vestimenta estaba recubierta de satén, lentejuelas y escarcha que brillaban como luciérnagas en medio de aquella oscuridad.
El tipo era pesado y como pude logré bajarlo poco a poco, hubo un momento que me recordé de mi antena y volviéndome la rabia, pensé dejarlo caer, pero luego me dije “si se golpea y se muere, es capaz de no pagarme la antena”.
Al fin llegamos al piso con gran esfuerzo de mi parte, volviéndome más humano le pregunte si tenía algún dolor, si estaba herido, si necesitaba ir al hospital.
Y nuevamente lamenté ser “bocabierta” como dice mi mujer, el negrote me pidió que por favor lo ayudara a recuperar su moto que yacía en la vía.
Quiero explicarles que mi casa está construida en un terraplén en forma de escalones, quedando la calle en la parte alta y las habitaciones abajo.
Ya con rabia y cierto asco, lo sostuve por los sobacos y ayudándolo, logramos subir las interminables escaleras, al alcanzar la cima lo coloque con cuidado en la acera, mientras yo, el “bocabierta”, llegaba, con un fuerte dolor en la espalda (tengo varias hernias).
Me puse a buscar su moto por todos lados, hasta me acerque a unos chamos raros que siempre están tomando cervezas y otras cosas en la esquina y con cierta sorna me preguntaron “¡Tío! ¡Desde cuando anda usted en una moto grande?”, eso me hizo suponer que si en realidad dicha moto existió, ahora podía tener otro dueño.
Con temor, me regrese donde había dejado al tipo y le explique con cierta oculta satisfacción: “¡tu me rompiste mi antena y a ti te robaron tu moto! ¿Y así que hacemos?”, y con una mueca de dolor y angustia, me contestó:
-Oiga señor, discúlpeme, fue que tropecé con algún objeto y perdí la dirección, la moto no me importa y por lo de su antena no se mortifique, en la mañana le traeré otra mejor: pero ahora necesito que me auxilie.
…Mire tengo un compromiso al que no puedo fallar, es una reunión muy importante y quedé con otros compañeros a encontrarnos en la entrada del Ávila, esa que está en “Cotiza”. Escúcheme uno viene de “Galipán” y el otro de San Antonio de los Altos, soy el que viene de más lejos, de “Caraballeda”.
Estoy seguro que deben estar esperándome muy preocupados…
Está bien amigo, le contesté, lo que sucede es que mi carrito, además de no estar muy bien, está encerrado en el estacionamiento de Jacinto y llegar a pedirle que me permita sacarlo es enfrentarse a un posible acuchillamiento de mentadas de madre.
Escúcheme moreno, llamemos a un taxi, aunque no creo que a estas horas se acerque por aquí, o… ya se ¡llame a sus amigos, que lo pasen buscando!
Alzando la voz preguntó: ¿Y cómo llamo?
Cálmese (pensé que también había perdido el celular), está bien, deme el número y yo me encargo de ello…
Y entre angustiado y molesto, alzo los brazos en sentido de no entender.
Un enorme volcán trataba de explosionar en mi cabeza, lo que me provocaba era dejar al bendito negro solo e irme a apaciguar a la fiera de mi mujer, que ya me imaginaba como estaría, sin novela y sin televisor.
Pero entre el temor a que los malandros de la esquina le hicieran algo al tipo y la seguridad que me sería imposible conciliar el sueño con la cuaima quejándose toda la noche, decidí enfrentarme al Sr. Jacinto y sacar el coche.
Toque con mucho cuidado el timbre del estacionamiento, era primera vez que lo utilizaba y de repente: un gran pito retumbo por todo el barrio, diantres me dije, ahora aguantar el chapuzón del viejo.
Una luz mortecina y atemorizante fue acercándose hasta llegar justo a mi cara y contra a lo que esperaba. El viejo Jacinto, apartando su linterna, preguntó casi con dulzura:
-¿Que puedo hacer por usted señor Simón?
Un poco más tranquilo le explique lo poco explicable de la situación y este sin ningún asombro me abrió la puerta.
Al escuchar el chirrido de la reja, recordé que las llaves del vehículo se encontraban guindadas tras la puerta de mi casa; le conté lo que me pasaba y corriendo fui a buscar las dichosas llaves.
Al llegar a la casa, tuve suerte de que la puerta se había cerrado sin llave, tal vez fue el sigilo con que la abrí, el caso fue que la cuaima estaba roncando y fuertemente, me pareció extraño, era la primera vez que la escuchaba, ¡ah! y tantos líos que me ha formado, si hubiese tiempo que de gusto me daría reclamando, furibundo, el escándalo; con el mismo sigilo cerré, esta vez con llave y eche una carrera de vuelta al estacionamiento.
Pero, mala suerte, al llegar a la calle cuatro “chamos” de la esquina me estaban esperando, a uno lo conocía desde hace tiempo, los otros con pinta rara y con muy mal talante, era primera vez que los veía.
-¿Pa’donde va tan rápido Tío?
Y yo disimulando el temor, les explique que iba a buscar una medicina para mi mujer; Inmediatamente me arrepentí de lo dicho, ya que eso significaba que tenía dinero en el bolsillo, y este “bocabierta”, tartamudeando corrigió: “Voy a pedirle a un amigo que me preste para compara la medicina”.
Se miraron entre ellos. Yo temblaba, rezándole a todos los santos que conocía o había escuchado mencionar alguna vez; entonces el mayor de ellos se levantó la camisa, dejando ver un gigantesco revolver oscuro como la misma noche, me dije: “bueno Simón, hasta aquí llegaste”, la mano siguió un poco más atrás, se metió en el bolsillo, ¡Una Navaja! ya sentía el metal entrar lentamente en mi cuerpo, me voy a desmayar… pensé; de repente una voz me volvió al lugar: “¡Tenga tío!, váyase y que pases buenas noches” y allí me dejaron, …solo.
Antes de moverme, con la mano vacía me toque los pantalones por delante y por detrás, gracias mi dios, no ha pasado nada, y entonces vi mi otra mano todavía medio extendida; en su planta había un fajo de billetes…, quería desaparecer, pero seguí caminando despacio, cada pisada sonaba como un disparo por la espalda.
Me pareció un siglo llegar al estacionamiento, en la puerta me detuve un poco, respire profundo para tranquilizarme.
Mi carro para ponerse en marcha tiene un ritual, debo primero estar como 15 minutos chapaleteando la gasolina, luego esperar otros 15 minutos para que caliente y al final rezar para que rodando no se me apague y tener que repetir la misma faena. Pero anoche con solo darle vuelta al encendido, arrancó perfectamente.
Ya en el camino, no quise contarle al negro lo que me pasó y menos lo de los billetes que llevaba en el bolsillo, vaya uno a saber y este resulta peor que los cuatro malandros.
A pesar de no estar tan lejos (yo vivo en “Lídice”), manejaba con mucha calma y prudencia.
Al cabo rato el negro tosió fuertemente y un espeso olor a aguardiente inundo el interior del carro, tapándome la nariz le pregunté al tipo si había bebido, contestándome:
-Ese Sr Hyakinthos…
-” ¿El señor qué?”, le pregunte asustado, pensando que la caída comenzaba a mostrar sus lesiones.
-Mira amigo, es su nombre en griego, y es parte de una leyenda antigua, por eso te iba a decir lo amable y dulce que fue el Sr. Jacinto, se parecía mucho al olor que lleva la flor de su nombre, por eso no podía negarme a compartir con él, media botella de genuino “Cocuy” larense, mientras te esperábamos.
Con lo que me dijo, bastó y sobró para entender que este mundo al menos esa noche, estaba loco.
Cuando llegamos a “Cotiza”, trataba de conseguir a un grupo de personas esperando al negro, de repente dos fuertes haces de luz rodearon al carro,…
Pensé inmediatamente ¡la policía!... que explicación le daría cuando me revisen y consigan en los bolsillos de un viejo una buena paca de billetes, le agregamos lo del negro, con el torso medio desnudo y con uniforme de reina nocturna, y para colmo sin siquiera saber su nombre…
Volví a ser yo cuando el negro, dándome las gracias, bajo del carro y abrazó a dos individuos vestidos como él, me sentí encandilado de tanto satén con lentejuelas, pero lo que me impresiono mas fueron las motos eran gigantescas, tal vez eran: BMW ,Ducati, o Harley no sé, pero eran hermosas. Todas plateadas que destellaban al movimiento de sus trajes.
El negro se montó de parrillero y despidiéndose con las manos en alto, sentí como si tres besos me rozaban la mejilla.
Retorne a mi hogar con mucha paz, era tan tarde que los malandros de la esquina ya no estaban, el carro lo deje en la calle, seguro de que no le pasaría nada, cuando coloque las llaves en su lugar, mi mujer, despierta, me hablo con inusitada ternura: “cariño, me tenias preocupada, gracias a Dios llegaste, ven vamos a dormir” y un beso fuerte y apasionado sello la voz hasta el otro día…
El día siete me desperté tarde y cuál fue mi sorpresa, la tele funcionaba, subí hasta el techo y me impresiono lo que vi: una esplendida y ultramoderna antena reemplazaba a la anterior.
Baje para comentarle lo de la antena a mi mujer, se puso a mover todos los canales y la recepción era nítida, me dijo “hoy vamos a ver películas, abajo las novelas”, trajo un DVD que no había visto, coloque el canal 3 y cuando metimos el disco salió una imagen hermosa que representaba a una tarjeta navideña y el texto que se iba formando decía:
“…Simón, soy Baltasar, el negro que anoche ayudaste, recibe mis agradecimientos eternos y un fuerte abrazo de mis hermanos: Gaspar y Melchor, siempre estaremos aquí junto a ti, presentes.
Te quieren
Los Tres Reyes Magos….
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Simón Oliveira
9/2010
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