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martes, 4 de noviembre de 2014

La Yegua Gris con crines de arcoiris

“La yegua Gris con crines de arcoíris”
(Simón Oliveira)

Esta historia fue real y sucedió por los años de 1957-58, lamentablemente el tiempo la había tirado en el pote de los olvidos, (Tenía 8 años cuando sucedió…hoy tengo 64 años). 

Decidí escribirla después de tropezarme con una carpeta donde a veces mis alumnos guardan sus bocetos, sus ideas, para luego pasarlas en el lienzo.
Lamentablemente este hermoso boceto no está firmado, por lo que no puedo darle las  “gracias” y sus meritos al creador…Pero quien lo haya hecho utilizo la magia de crear…                     
Y Dios te de su bendición…

La tarde comenzaba a meterse por las rendijas del viejo potrero y las reses comenzaban a juntarse para retener el poco calor que se iba marchando.

De repente, desde su albergue, los perros de caza comenzaron a ladrar; los animales del potrero, sin separarse, alzaban la cabeza tratando de averiguar cuál era el alboroto.

Yo tendría 8 años y estaba en la hacienda de mi abuelo pasando unas vacaciones “obligadas”, que luego, con la adultez, me enteraría cual fue la causa: Mi padre era rebelde y fue detenido por una institución que en ese tiempo era llamada “La Seguridad Nacional”.

Al escuchar aquel alboroto recordé el zaperoco del allanamiento y nuevamente el miedo se arropó conmigo… pero poco a poco la curiosidad, al igual que a las vacas, me acercó a la ventana; desde allí logré ver apenas unas sombras que se dirigían a la casona, en la medida que se acercaban pude distinguir al viejo caporal, al que llamaban “El General”, este calificativo fue idea del abuelo cuando se enteró que este capataz tenía de ascendientes: un tatarabuelo que luchó en las guerras de la independencia.

“El General” era famoso por sus domas de caballos y por contar historias que trataban de las hazañas de su tatarabuelo y que yo disfrutaba haciéndome sentir que era uno de esos soldados combatientes.

A su lado traía dos caballos, como estaba muy oscuro no atiné a verlos bien… y tomé la sabia decisión de irme a la cama y dormir, dormir, dormir…al fin mañana será otro día.

A la mañana siguiente fui despertado por un concierto de gallos, que afinaban sus cantos y sus espuelas, tratando de sacar a  las gallinas de su corral. Sin embargo me quede acostado tratando de re-empezar el sueño. 

Hasta que llegó “Elba” mi hermanita mayor. Desde el cuarto podía escuchar su zapateo subiendo la escalera de madera… y acompañada de gritos que retumbaban en el caserón:
 ¡Simón! ¡Simón!   Ven a ver lo que trajeron… ¡Es algo muy bonito!

Yo desde la cama, comenzaba a sentir rabia, e igualmente también  le gritaba… ¡Ya voy, ya voy!

Muy molestó me vestí y en vez de bajar las escaleras que daban a la enorme Sala, me colé por la que me llevaba directo a la cocina.

Esa cocina, parecía un castillo, tenía de todo y en todas partes guindaban cucharones de todos los tamaños.
Casi se podía pensar que quien mandaba allí era una mujer de color a chocolate acaramelado… y grandota, que me parecía en aquellos tiempos una montaña viviente.

Apenas yo aparecía en su “Castillo” me levantaba y abrazándome, comenzaba a bailar, yo me reía como si ella fuera una de las  hermosas hadas, que mi madre acostumbraba a mencionarlas en sus cuentos… aunque ella era un poco mas gordita.

Además siempre me recibía con un vaso repleto de un sabroso chocolate. Mi abuelo, cuando iba a entrar a la cocina siempre decía: “Juanita con su permiso” y ella le contestaba, “lo tiene Don Perdomo”.

…Pero esa mañana fue distinto, estaba tomándome mi chocolate, cuando de pronto mi abuelo y mi hermana entraron corriendo, sin saludar a nadie.

Mi abuelo me tomó en sus brazos, “ven Simón quiero que veas algo que te va a gustar”,  y antes de salir le pidió disculpas a Juanita por haber entrado sin su permiso, invitándola a que nos acompañara hasta la puerta principal.

Cuando crucé la puerta me quede perplejo, frente a mí estaba una hermosa yegua gris plateado, acompañada por un potrillo de igual color, pero lo que me dejó encantado fueron sus crines y sus colas, todas ellas parecían un arcoíris…nunca había visto tanta belleza.

Mi abuelo me tomó por la cintura y con cuidado me colocó sobre el lomo de la yegua, esta volteó para verme y ambos quedamos cara con cara,  no sé si fue mi idea pero sentí que ella me sonreía…

Luego el abuelo me paseó un rato hasta que mis asentaderas se cansaron. Por unos momentos me sentí uno de los personajes de los cuentos del “General”…

Durante la estadía se convirtió en costumbre el cabalgar un poco con la yegua: Arcoíris” (el nombre se lo puse yo, por el color de las crines y los rabos).

Pasaron unos meses y en enero de ese año (1958)  nos llegó la noticia que papá estaba libre, y todos gritamos ¡Gracias Dios mío¡ …luego  el llanto se mescló entre la alegría bienvenida de mi padre y la tristeza de la despedida del abuelo.

Arreglamos los macundales para partir hacia Caracas, Juanita me abrazo llorando, mi abuelo se despidió también con un apretón algo “húmedo” y en cuanto al mismo “General” que estaba detrás de un árbol, me llegó el olor de la tristeza.

Llegamos a Caracas, y ya todo había terminado, mi padre nos explico lo que había pasado el 23 de enero y lo que estaba sucediendo en mi país…

Han pasado muchos años y muchos quehaceres, hoy tengo un hermoso trabajo que consiste en disfrutar la compañía de incontables muchachos (hembras y varones) de todas las edades, que se acercan a mi escuela para aprender con alegría la magia de la creación…con pinceles en vez de varitas mágicas.


En cuanto a la yegua y su potrillo, luego de mucho tiempo de creer que el color de sus crines era real, mi abuelo me explicó que el color gris era natural pero tenían la crin y los rabos pintados porque fueron invitadas para un festival.