Autor:Francisco Maduro
Los Abuelos |
Hoy es navidad
Tengo recuerdos intactos envueltos en mucha ternura, memorias de un lugar muy cálido, una casa grande pero sin lujos, que ahora en la distancia puedo definir como mi hogar de infancia, donde los días cercanos de diciembre se identificaban de manera propia, sin adornos, solo con una brisa fría que la abuela Inés llamaba “vientos de pascua.”
De niño una vez le pregunté que eran los “vientos de pascua”, y me explicó que en otros países caía nieve y aquellos vientos venían de muy lejos y en su paso por esos lugares se enfriaban hasta llegar aquí y cuando recibíamos esa brisa en la cara, todo ese largo camino recorrido era solo para anunciarnos que se acercaba el nacimiento del niño Dios.
El abuelo me llevaba al centro a entregar los pedidos en los comercios donde colocaba sus artesanías y por supuesto a mi me llamaban la atención los juguetes de aquellas vitrinas mas que los trompos, yoyos y perinolas que fabricaba el abuelo, solo después de mucho tiempo pude entender que los juguetes del viejo Pancho eran mucho mas valiosos que los que miraba en las tiendas.
Casi siempre los viernes compraba una paella que llevaba a casa y la abuela la repartía equitativamente, aunque todos sabíamos que la ración mas grande era para el abuelo, y ella ha debido saberlo por que nunca cocinaba cena ese día
Eran una pareja formidable, él silbaba llegando a casa y la abuela, antes de oírlo, lo presentía, sabía que estaba cerca sin que fuese puntual su llegada a casa, en ocasiones solo ella escuchaba su silbido preparándose para recibirlo y en cuestión de segundos decía ¡llegó Pancho! , y era justo un momento antes que todos escucháramos su silbar entre los dientes; una vez no silbó pero la abuela lo presintió, abrió la puerta y el abuelo estaba del otro lado con la llave en la mano. De la misma forma sentía cuando algo malo le había pasado, no solo al abuelo, sino a cualquiera de los miembros de la familia.
Este fenómeno tan evidente nunca tuvo real importancia para nosotros, lo tomábamos como un hecho natural de aquella mujer, o como algo propio de la pareja pero sucedió tantas veces que hoy me convenzo que la abuela era un ser con capacidades paranormales
Toda mi curiosidad de niño se complacía con las respuestas del viejo Pancho, para todo le pedía una explicación y él tomaba mi pregunta en serio y con detalles me informaba de todo, era como tener una biblioteca en casa, sabía como funcionaban todas las cosas, las maquinarias, los mecanismos de las fabricas, las extrañas historias de los personajes que conoció en su vida, todo lo contaba en una conversación clara fluida y muy gráfica de cada uno de los temas que referían mis preguntas, con una narrativa tan entretenida que mas tarde cuando llevaba mis novias a casa quedaban tan atentas a cada palabra del viejo que a mí solo me quedaba llevarles, a ellas y al abuelo, el café para la mesa mientras estas escuchaban sus historias.
Compraba para los días de diciembre un jamón marca “ferry” que él mismo cocinaba toda la noche en una lata de manteca, este envase era el de mayor capacidad que se tenía a la mano para la pierna completa, lo condimentaba y echaba una gran cantidad de azúcar que al hervir se adhería a la capa de grasa del jamón, y mas tarde mientras se planchaba, esta iba dorándose despidiendo ese olor tan característico que invita a los comensales.
Pero no era solo cocinarlo, el viejo Pancho hacía un ritual de aquello, se vestía y arreglaba con su traje nuevo, su blanca camisa, su corbata y su pañuelo en el bolsillo del “paltó”; atravesaba la mesa del comedor y abría la puerta de casa de par en par de manera que desde la calle se viera como con aquella gracia y elegancia planchaba su jamón.
Desde afuera cada vecino saludaba y el viejo Pancho retornaba el saludo, pero algunos lo extendían haciendo una pausa en las puertas de nuestra casa y el abuelo los mandaba a pasar, los invitaba a que se sirvieran un trago de licor, cortaba con maestría alguna ración del jamón y se los servía en un plato y continuaba planchándolo, esto se repetía la noche del 31 de diciembre; sin embargo una vez pasaron a saludar tantos vecinos, que la abuela Inés le preguntó a Pancho, si esa noche quedaría algún pedazo para la cena de nosotros, entonces para ese fin de año el abuelo compro dos jamones.
Y así como para muchos las gaitas, los aguinaldos, los pinos y el olor de la hallaca al abrirla les recuerda que es diciembre, cuando el abuelo Pancho se acomodaba el nudo de la corbata y tomaba la plancha para dorar aquel jamón, ese olor me anunciaba la pascua y yo podía decir con toda seguridad…. ¡Hoy es navidad!
Francisco Maduro
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