Dibujos de Ernesto Borges, Montaje S. Oliveira |
El
Hielo
Cuando Ana me habló de aquel
“proyecto” no me pareció una buena idea. Escalar el “Monte Nevado” no me
llamaba la atención. Aunque en mi juventud el montañismo era una de mis
actividades favoritas, tenía bastante tiempo que no escalaba y el hacerlo ahora
me resultaba un gasto excesivo de mi energía.
Sin embargo, la mirada dulce
de Ana me convenció y un día después escalábamos el “Monte Nevado”… para mi
pesar.
Con un tétrico clima que a
Ana no parecía importarle, por más que la temperatura descendiera más de lo
normal y el viento amenazador silbara en nuestros oídos, seguimos avanzando
hasta que el clima no lo permitió y tuvimos que refugiarnos en una pequeña gruta
que de casualidad vimos.
Ana me miró y extrañada me
dio el mapa, allí no estaba marcada esta caverna.
Permanecimos un buen rato en
la entrada de la cueva, esperando que pasara el mal tiempo, hasta que la
extrema curiosidad de Ana pudo mas que su sentido común…y que mis ruegos de
desistir. Y comenzamos a caminar hacía el interior de aquella oscura cueva.
Después de unos minutos de
caminata, encontramos una pared de roca que impedía el paso y decidimos
regresar, pero mis ojos descubrieron algo más: Una pequeña abertura en una
esquina, de la cual salía un brillo casi imperceptible, esta vez fue mi
curiosidad la que nos impulso entrar.
Luego de una corta
discusión, nos arrastramos por aquella abertura, dejando atrás parte de nuestro
equipo y para nuestra sorpresa nos encontramos en una extensa caverna de hielo,
pero más sorprendente aún: la temperatura debería estar a mas de 20°C,
sorprendidos y alegres con nuestro descubrimiento nos quitamos los abrigos y
las correas metálicas de seguridad e incluso el clima era tan agradable que
también nos quitamos los zapatos de ganchos…Quedando tan solos con la ropa
interior de cada uno.
Mientras yo miraba la
hermosa mujer que estaba a mi lado, ella comenzó a divagar fascinada sobre la
causa de este fenómeno.
Sugirió ideas como:
“A
lo mejor estamos cerca de un depósito de lava, eso explicaría la cálida temperatura”.
“O
tal vez llegamos a la boca de una hondonada donde tal vez existe una bolsa de
algún gas que genere calor”…sin detenernos a pensar que el hielo se derrite a
una temperatura mayor a 0°C.
Al
cabo de un rato nos fue invadiendo un gran cansancio, Ana, se recostó a
dormitar un poco, y yo, sin pensar, me acomodé para hacer lo mismo.
No
sé cuanto tiempo estuve dormido, pero me desperté sobresaltado por los gritos
de Ana, cuando la vi, su cuerpo estaba casi tapado por el hielo, como si la estuviera
absorbiéndola e inmovilizándola por completo, trate de incorporarme para ir en
su ayuda, pero yo también estaba siendo cubierto y ya me era imposible mover un
solo músculo.
De
pronto me percate de algo, ¡Hacía más calor que antes! Y ¡Dios yo estaba
sudando!...o me hundía, o era que el hielo se movía. Estaba aterrado, Ana
lloraba, con un dejo de voz, yo quería gritar, para que luchara pero mi
garganta era poco a poco apretada por esto que llamamos “Hielo”, y vi como el
cuerpo de Ana y el mío era absorbido lentamente…
…No
recuerdo cuanto tiempo pasó y tan poco como salí de aquel lugar, supongo que
perdí la conciencia en algún momento, y luego…
¡Desperté
en la entrada de la caverna!
Titiritando
de frio, junto a mis cosas. Como pude me vestí, el clima de la montaña había
mejorado mucho.
Grité
de alegría, pero de pronto me percaté de que Ana no estaba a mi lado, corrí
nuevamente hacia el interior de la cueva a buscarla y no pude más que
desplomarme en el suelo a llorar cuando vi que la apertura no estaba por ningún
lado. Pensé que quizás Ana había descendido sola de la montaña, sin haberme
visto, pero no, cuando baje, Jamás volví a saber de ella.
De
vez en cuando vuelvo a escalar el monte “Nevado”, en busca de la extraña cueva,
pero no he vuelto a encontrarla.
En
uno de estos viajes, me detuve a descansar en una posada que tenía por nombre:
“El hielo que se mueve”, me llamó la atención el nombre, y era atendida por una
señora de mucha edad y de origen Alemán.
El paisaje hermoso que desde allí se veía me hizo quedarme a pasar la noche.
A la hora de la cena, había poco comensales, y
allí oí por casualidad que hablaban sobre una vieja leyenda, que contaban los
pobladores de las partes bajas de la montaña, la llaman “El hielo que se mueve”…como
la posada, y hablaban de una criatura que se convierte en cueva y que tiene una
boca que brilla como el hielo y que poco a poco duerme a los que se atreven a
entrar para ser digeridos lentamente…
Sentí
como el miedo corría por mi columna, llegaba al cuello y como si me estuvieran
ahorcando me fui en vómitos, desmayándome.
Cuando
volví en mi, estaba en una cama, a mi alrededor varias personas me vigilaban.
La señora Alemana me preguntó qué fue lo que me pasó, y casi llorando le conté
lo que me había sucedido, al terminar todos quedaron en silencio.
Al
cabo de un rato ella me contó su historia:
Esta
posada fue construida por su abuelo luego de tener una experiencia como la mía,
allí desapareció su esposa, y él como de milagro, logró salvarse. Luego de
recuperarse, pensó que quedandose aquí podía buscarla, y así lo hizo hasta su
muerte.
Los
padres de “Christel” (así se llamaba la dueña de la posada), acompañaron al
abuelo en su búsqueda, pero luego de su muerte decidieron marcharse a Francia,
abandonando la vieja posada, hasta que Christel consideró que era buen negocio
poner a trabajar este alberge…y se vino al monte “Nevado”.
Mi
curiosidad me obligó a preguntarle, como se salvo su abuelo y ella no supo como
contestarme, sin embargo otro de los parroquianos presentes nos relató que a un
amigo le había sucedido lo mismo, solo que esa vez, la pérdida fue de toda su
familia: mujer e hijos, pero a él, solo se le había salido un poco un “clavo”
que tenía en la rodilla, por eso bajo de la montaña gateando…
…en
ese momento la señora Christel se acordó que su abuelo tenía también “clavos”,
pero en los brazos, y estuvo hospitalizado luego del accidente para
acomodárselos.
En
ese instante, todos bajaron la mirada hacia las mangas de mi pantalón, y allí
se dejaba ver un trozo de metal que comenzaba en mi rodilla y terminaba en el
zapato…
Ernesto Borges
Andrea Villegas
S.Oliveira